martes, 6 de enero de 2009

LOS PENITENTES DE "EL SALVADOR"

Lo que en un principio fué todo un revuelo, al encontrar el cadaver de la bibliotecaria tras una de las estanterias, habia pasado a ser una costumbre. Cada día, sin excepción, aparecia un nuevo cuerpo sin vida, sin señales aparentes de violencia, en los sitios mas insospechados; el cuarto de contadores de un edificio, el ascensor, tirados en la calle, en el urinario público o en sus propios domicilios. El último de la lista, de las ya diecisiete victimas, fué hayado sentado comodamente en la butaca de una sala de cine. La psicosis se habia generalizado y salvo los mas temerarios, nadie salia de sus casas a ciertas horas sin ir acompañado, teniendo, todos, las puertas con los cerrojos de seguridad echados y no abriendo salvo reconocer que tras la mirilla habia personas de toda su confianza. Otro de los motivos del terror público era la forma indiscriminada con que el presunto asesino elegia las victimas, sin ningún patron que marcase su preferencia y que pudiera dar una pista sobre su temible obsesión; entre los muertos habian hombres y mujeres de cualquier edad, cultura, posición social, ocupación, raza o tendencias politicas. Solo habia dejado de agredir por el momento a los niños.
Tras la aparcición del cuarto cadaver se habia desplazado desde la capital un contingente de especialistas bajo la dirección de Teniente S.J. Srroider, afamado analista investigador cuyo palmarés ostentaba la resolución de algún otro caso de asesinatos en serie, aunque nunca nadie habia imaginado que este caso pudiera alcanzar tan grandes dimensiones. No se habia conseguido todavía ninguna pista sobre la muerte de la Sra. Higgins, bibiotecaria de Nortestón, pequeña población donde estaban acaeciendo los sucesos, cuando ya se habian acumulado tres muertes mas y la llegada de los investigadores no habia paliado la sensible y alarmante cadencia hasta llegar a la cifra de diecisiete muertos en diecisiete días. Nortestón era una encantadora pobleción cuyo último censo arrojaba la cifra de catorce mil trescientos veintiseis habitantes, con la logica merma.
Cuando el teniente Srroider se hizo cargo del caso la unica información que se le pudo facilitar, además de la identificación pormenorizada de las victimas, fué que la causa de todas las muertes habia sido por envenenamiento. No se quiso airear públicamente la causa de los decesos por evitar un pánico total, pero tras el sexto asesinato se publicaron unos panfletos que se distribuyeron a conciencia por todo el pueblo aconsejando que todos se abstuvieran de ingerir productos o liquidos que pudieran haber sido manipulados. El teniente Srroider hubiese prescindido de tal información, considerando, que en poco iba a ayudar a las posibles futuras victimas ya que la cadencia de las muertes y el hecho de que solo se registrase una por día, solo podia sugerir que los crimenes estaban programados de forma puntual y el destino del veneno tenia diariamente un único destinatario, pero las presiones ante una posible responsabilidad, le obligaron a autorizar la publicación de esos panfletos. Era evidente que no se habia envenenado el agua, ni la leche ni cualquier otro alimento de forma indiscriminada; de ser así no habria habido un solo muerto por día y hubiese afectado a todos cuantos lo hubieran consumido. El veneno tenia que haber sido adicionado en una dosis única a un determinado producto cada día y la victima tenia que haber sido elegida, aunque no acertase el por qué, por eso estaba molesto el teniente Srroider, que sabia que en nada iba a poder ayudar la información facilitada y sí, podia poner en guardia al asesino doblando las precauciones en su fatidica labor.
Se habia hecho un seguimiento meticuloso a todos los que por sus antecedentes pudieran despertar la mas mínima sospecha, pero el hecho de que las victimas jamás fueran robadas o ultrajadas, no dejaba mas movil que el solo placer de dar muerte a sus semejantes y a esa tendencia no respondia ninguno por sus antecedentes. Cerradas ya todas las puertas a una investigación coherente y tras hallar el cadaver número dieciocho, como ya era cronica habitual, esta vez junto a un reclinatorio de la Iglesia del Salvador, Srroider centró todo el esfuerzo de ese día en un mejor conocimiento de las victimas; indagó y visitó a sus familiares mas cercanos, a aquellos que pudieran ser depositarios de algún secreto que pudiera dar luz sobre el motivo por el que habian sido elegidos para tan macabro fín. Comenzó por visitar a la hermana de la Sra. Higgins, que poco pudo aportar que él ya no supiese por los informes que en su día le fueron facilitados, pero cuando ya se despedía, la hermana muy condolida le comentó que lo único que la sobreponia ante tan gran pérdida era su convencimiento de que su hermana estaba en la Gloria. "Era una santa, teniente Srroider, era una santa".
Fué larga y penosa su investigación y en cada visita quedó patente la exquisita calidad moral de las victimas, aunque nadie pudo aportarle algún dato que el no conociese, que le diera una luz, un camino a seguir en su investigación. A la mañana siguiente, en la decima visita, al lamentar abiertamente su impotencia, en un lapsus de debilidad, la madre de la decima victima, en un esfuerzo por ayudar al teniente Srroider que estaba visiblemente derrumbado le sugirió, ¿por qué no acude al Parroco de El Salvador?. El era el confesor de mi hijo y aunque sabemos lo del secreto de confesión algo quizás pueda decirle que pudiera orientarle.
El Párroco Humbolt recibió al teniente Srroider en la Sacristia, estaban completamente solos y por una de esas extrañas intuiciones que en mas de una ocasión le habian llevado al éxito jugó una baza de farol afirmando algo que el desconocia en parte y comenzó diciendo "Querido Párroco, por la información recibida de los familiares y amigos de las victimas sé que Vd. era el confesor de todos ellos y me imagino que estará mucho mas apenado que yo ante tanta desgracia". "No se aflija, respondió el Párroco, he perdido dieciocho feligreses pero Dios ha ganado dieciocho almas, me consta que todos están en el Cielo". Al oir estas palabras y recordar las dichas por la hermana de la Sra. Higgins, Srroider sintió una terrible sacudida en su instinto de investigador y como si de repente todo estuviese claro y fuera evidente le dijo: "¿Quien mejor que Vd. que es su confesor puede saber el momento en que sus almas estaban mas limpias?" Efectivamente, dijo, eran personas extraordinarias, no merecedoras de que la vida las pudiese arrastar en un momento de debilidad, Dios lo sabia y por eso los ha llamado." "Pero que poco cortés estoy siendo con Vd. teniente Srroider, ni siquiera le he ofrecido una taza de té, ya vé paso la mayor parte de mi vida en esta Iglesia y he tenido que rodearme de lo imprescindible, espere un momento mientras caliento el agua" Ya a solas, por la cabeza del teniente empezaron a pasar toda clase de lucubraciones, todas tan espantosas que luchaba por descartarlas, pero su instinto le empujaba a algo que podria ser el final de su carrera si no acertaba en su pronostico y se aventuró con todas sus consecuencias. Parroco Humbolt, le dijo, mientras este llegaba con dos humeantes tazas de té sobre una bandejita de plata, "¿Seria tan amable de acompañarme a la comisaria? tengo que practicar unas diligencias en las que su presencia me es imprescindible? - Lo siento teniente, pero pronto he de pasar al confesionario, es una labor irrenunciable.- Lo comprendo Padre, pero le insisto; las almas tendrán que esperar. El teniente Srroider, bajo su responsabilidad y eludiendo algunas formalidades que podian manchar su impecable hoja de servicio, retuvo en la comisaria al Parroco Humbolt las setenta y dos horas que la ley permite si no existe un cargo con evidencia y esta apareció cuando en los tres días que estuvo retenido el Párroco no se produjo ningún otro homicidio. Todo lo que pudo pasar despues ya es otra historia, pero el caso quedó resuelto.

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