miércoles, 31 de diciembre de 2008

DIVAGACIONES

Siempre he sido, hasta no hace mucho, un hombre con una conciencia muy rigurosa ante el pecado, hasta el punto de existir una etapa de mi vida en que pensé que mi salvación era imposible dada la cantidad de ellos acumulados desde mi niñez por ese impulso congenito que siempre me ha suscitado la belleza de la mujer, no desde un punto de vista morboso, sino artistico, aunque de forma lógica, según creo, una cosa conllevara a otra y terminase deseando poseer lo que tanta admiración me provocaba. En otro aspecto, aunque sea dificil de creer, solo recuerdo haber pecado una vez que no ayudé a un amigo y algúna que otra rabieta que se me ha pasado pronto porque no soy en absoluto rencoroso.

Las cosas no me iban bien a pesar de que me esforzaba al máximo, siendo tan reiterados mis fracasos, siempre por circunstancias no imputables a mi gestión, que creí que eran castigos que Dios me enviaba por permitir que mi alma estuviese manchada. La verdad es que desde niño no me confesaba, pero no lo hacia porque creia que era inutil, siendo consciente de que reincidiria; tal era entonces mi, ahora incomprensible, convicción de que Dios no me podia ni debía perdonar. Fijaos en lo exagerada que era la escrupulosidad de mi conciencia.
Hoy se lo hermoso que es el perdón y que para Dios es la máxima expresión del amor y El nos ama y por eso nos perdona; tambien sé que es Misericordioso y por ello no nos guarda rencor y tiene su corazón abierto para recibirnos si realmente estamos arrepentidos y tambien se otras cosas mas que me han hecho comprender que era absurda aquella obcecación que me angustiaba. Pero como me sentia culpable, recibia, incluso con beneplacito, lo que consideraba, justos castigos, pensando que a través de ellos podria encontar el camino de mi redención. Encontré un alivio muy grande en la oración. Rezaba varias horas diariamente, en cualquier momento, ofreciendo mi trabajo, mis decepciones, mis fracasos para Su alavanza, sin pedir nada, solamente queria Complacerlo, pero como tambien era consciente de mi debilidad y no me veia con fuerza para evitar la reincidencia, me sentia indigno incluso de dirigirme a El a través de la oración y volvia, volvia y volvia a rezar todo lo que recordaba de cuando era un niño, como el que escribe sin esperar que sus cartas sean leidas, pero con la esperanza de que alguna de ellas sea abierta. Al ser, como ya dije, tan reiterados mis fracasos, un día, hablando con Dios, previo un preambulo en el que reconocia que era indigno hasta de mirar al Cielo, hice un razonamiento que sin duda llegó a su destino porque a partir de entonces cambió mi vida y tambien mi suerte. Mi propuesta fué la siguiente: " Señor, sabes que acepto todo cuanto me mandas por muy negativo que sea, pero los que me rodean padecen tambien mis descalabros y son victimas como yo de todo cuanto me pasa, ¿no seria mejor que si me castigas lo hagas de forma que solamente sea a mi a quien afecte tu castigo? Dicho y hecho, a partir de entonces sufrí una enfermedad trás de otra, casi todas mortales, de las que me salvé milagrosamente y en las que padecí un verdadero purgatorio. Yo, tras cada dolencia, pedia otra y otra mas, creyendo siempre que mi sufrimiento, hasta el momento, era una ofrenda muy pobre como para borrar mis culpas, pero paralelamente, de forma curiosa, mis inversiones empezaron a dar fruto y todos los negocios que realicé me aportaron importantes beneficios.

No sé por qué, después de todo lo que he pasado aún conservo mi vida. Algo quiere Dios de mi que todavía no he realizado y busco afanosamente una señal que me oriente para cumplir Su voluntad. No quiero limpiar mis pecados a través de la confesión porque lo considero demasiado sencillo, sobretodo siendo consciente de que mi debilidad me haria volver a caer y a mi criterio, eso, seria una doble ofensa. No creo que nadie piense que me intimida decirle los pecados a un Sacerdote cuando veis que me estoy confesando ante el mundo entero, es simplemente que me creo en la obligación de hacer meritos suficientes como para considerarme digno de pedir su perdón, sabiendome a poco rezar como penitencia algunas oraciones y además, necesito saber que estoy arrepentido con la convicción de que no voy a volver a pecar porque me siento con fuerzas para ello.

Quizás en mis escritos, cuando me he confesado de un pecado, "que siempre he reconocido como tal," he hecho una descripción exhaustiva de la dama en cuestión y comprendo que haya podido parecer que estaba vanagloriandome de mi trofeo, pero en realidad, me creais o no, lo único que pretendia era justificar mi debilidad, de ahí el tratar de resaltar su belleza. ¿Como puede enorgullecer a nadie conquistar a una prostituta?, es absurdo. Lo que si me produce satisfacción es que ellas hayan sentido un verdadero aprecio por mi, por fuera de todo interés, y precisamente por su condición, es por lo que en cierto modo tiene grandeza la historia; el recibir de quien, supuestamente, nada podias esperar, sin esperar nada a cambio y el encontrar muchos valores que nadie cree que puedan existir en ambientes mas o menos sordidos y esto, a pesar de los pesares tiene un bonito mensaje y una carga inmensa de matices dignos de analizar. Dios me ha puesto en los lugares mas insospechados en los momentos precisos y tambien hasta mi han llegado personas desconocidas que me han echado una mano en los momentos de mayor necesidad. Allí he estado yo para cumplir un designio Divino y tambien lo han estado ellos, por Su mandato, para ayudarme de una forma u otra, en algunos casos, a través de su incomprensible confianza. No puedo repudiar a nadie que me haya hecho algún bien desinteresado, me haya dado una lección de humildad o haya permitido que a su través, siempre por los designios de Dios, haya podido salir de un problema. Quien haya leido mis entradas sabrá a quienes me refiero (Una Noche de espanto o Mi Aventura Madrileña) por poner un ejemplo, además de otras y creo que recordarlos es lo menos que puedo hacer si quiero considerarme un hombre agradecido. Se que para muchos, algunas de estas relaciones pecaminosas me denigran, benditos ellos, a los que admiro, respeto y envidio; a mi como hombre no me avergüenzan, aunque tampoco me enorgullecen. Ya daria yo por borrarlas de un soplo, salvo aquellas en que haya podido hacer algún bien desinteresado, y estas son casi tantas como las que pudiese enumerar. Estoy convencido de que la mayoria tambien me recordaran y no precisamente por el morbo o por el ineterés, a veces marginado. ¿Que vuelvo a ser presuntuoso? Quizás, pero solo yo sé el como, cuando y por qué de lo que digo y se que digo la verdad.